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lunes, 23 de abril de 2012

VANIDAD Y COFRADÍAS (Y 2)


Todos nosotros de una forma u otra, sin darnos cuenta, nos creamos un pedestal en el que nos subimos, para que se nos contemple y así alimentar nuestro ego y satisfacer nuestra vanidad. Lo curioso, es que no somos conscientes de habernos creado ese pedestal y haber así arrinconado nuestra humildad, que es la virtud por excelencia. Conozco quien presume de no ser humilde. Incluso reniega y se pregunta: ¿porqué tengo que ser humilde? Todo esto en un arrebato de insensatez. Es indiscutible, más grande o más pequeño, todos tenemos nuestro pedestal, no lo vemos, pero está ahí y nosotros encima de él. Y en este pedestal, la vanidad juega un importante papel y hasta tal extremo llega su importancia, que muchos tienen su vanidad tan desorbitada, que están verdaderamente preocupados por saber, por ejemplo, que pasará cuando ellos se vayan. Piensan, en su desconocimiento, que su ausencia será insustituible, o por lo menos así les gustaría que fuera. Trabajan para que se les eche de menos. Pretenden extender su vanidad hasta en su ausencia.

Algo parecido pasa también con aquellos que desearían pasar a la historia, y que envidian a los que dada su actual notoriedad tienen posibilidades de que se les recuerde el día de mañana, sin darse cuenta que el día de mañana, y la historia, son para Dios un suspiro. "Mil años en tu presencia Señor, son un ayer que pasó; una vela nocturna”. (Sal 90-89,4).

Me lo dijo uno de los grandes de esto: “ en este mundo es muy fácil perderse en un protagonismo absurdo. Hay que saber donde estás y quien eres”. El que me lo dijo fue maestro en cofradías pero San Agustín fue doctor de la Iglesia, y lo dejó mejor dicho:“Si aquellos entre quienes vives no te alaban por tu santa vida, están en un error; si te alaban, tú eres el que estás en peligro”. “No tendrás sencillez de corazón si no eres superior a las alabanzas humanas”. El halago no sólo debilita sino que aumenta la vanidad. ¿Y si fuésemos capaces de hacer el trabajo sin que nadie tuviera porqué reconocerlo? ¿Y si nuestra vanidad no nos impidiera reconocer los méritos y virtudes de los demás? Hay un refrán español que dice: La vanidad es signo de pobreza interior.

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