También nos fijábamos de parihuela para arriba, y nos impresionaba la crestería del palio de la Candelaria, y el manto del Socorro, y el paso de Pasión, y las bambalinas de la Hiniesta. Aquella visita al Salvador por la mañana y extasiarse con el Cristo del Amor y su elegancia. Y veíamos inalcanzable hacer un paso como el del Despojado que no tenía nada del otro mundo. Y soñábamos con ponerle una candelería a la Misericordia como Dios manda. Siempre la ilusión del Viernes Santo.
Bambalina delantera del palio de María Santísima de la Candelaria de Sevilla
Manto de María Santísima del Socorro de Sevilla
A las dos de la madrugada todo el mundo en la Torre del Oro que nos espera el autobús. Alguno que otro, aprovechándose de la generosidad de los demás, apuraban a ver la Estrella llegar a su capilla y salían corriendo como alma que lleva el diablo. Allí te encontrabas con todos y comentabas lo visto, y nos enseñábamos lo que habíamos comprado y que habíamos tirado de ello todo el santo día. Y sobre todo no te encontrabas con nadie de Granada. Aquel autobús del Domingo de Ramos era el único que con origen granadino llegaba a una ciudad donde hoy se podrían llenar desde aquí decenas de autobuses los distintos días de la Semana Santa.
María Santísima de la Estrella de Sevilla entrando a su capilla
(foto extrída del blog de la Hermandad de la Estrella)
Pero lo más significativo de aquella época, que no es ni mejor ni peor, simplemente diferente; era que al volver, todos sabíamos que lo mejor estaba por llegar, y que llegaría el Viernes Santo, porque nuestra Ilusión era el Viernes Santo. Siempre el Viernes Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario