Al llegar se iban haciendo los distintos grupos y siempre se huía de aquellos que se podían considerar un lastre, bien porque no aguantaran, bien porque este día se lo tomaban más tranquilo. Cogías el chubasquero que te recomendaba que te llevaras y el saquito que te liabas en la cintura. Una vez pisando suelo hispalense empezaban las primeras carreras. Visita a San Roque, Los Negritos, San Esteban, etc… A la Hora de comer, muchos años en el 3 de Oro, escuchábamos el aviso de siempre: “comed bien ahora que luego no sabemos si vamos a comer”. Eso era una letanía anual que luego se traducía en un hambre atroz durante la tarde noche.
La comida era a las 1 del mediodía porque había que irse o bien a San Julián o bien al Molviedro. Incluso algunos años nada de comer, a las 12 en el Porvenir, que iban a empezar a salir pasos y había que aprovechar cada momento. Luego sonaban esos primeros tambores que era una delicia, se nos escapaban sonrisas de satisfacción al escuchar en directo lo que todo el año escuchábamos en cintas y discos de vinilo.
Era la única oportunidad de escuchar bandas como Dios manda, porque aquí todavía se tocaba el “patio de mi casa” y “el novio de la muerte”, detrás de los pasos de Cristo y los palios se ceñían a un escueto repertorio de “Nuestro Padre Jesús”, “Mektub”, alguna “Amargura” desperdigada y el resto para que sonaran en los entierros de los enemigos. Soñábamos con algo tan simple ahora, pero tan difícil entonces de escuchar detrás, el Viernes Santo esas marchas que tanto nos cautivaban. Siempre la ilusión del Viernes Santo.