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miércoles, 18 de enero de 2012
LAS PETALÁS
Hace ya algunos años transcendía a todos los lugares donde gustan las Cofradías, una petalá impresionante. Era en la calle O´Donell de Sevilla y era ofrecida a la Esperanza de Triana, a la que una lluvia incesante de pétalos hacía casi imperceptible el paso. De ese tiempo también, algunos, invitados por las historias que nos contaban Pedro Luis y Antonio, fuimos a Cantillana a ver la Asunción: Allí fuimos testigos de su famosa petalá en la calle Martín Rey. Aquello despertó en nosotros una práctica que hasta ahora no se hacía en Granada más que con el Santísimo que era recibido con pétalos a su entrada a la Catedral. Pétalos que caían desde la cúpula del altar mayor de la Catedral. Y también el Santísimo recibía los pétalos que desde el balcón de alguna casa caían como ofrenda de primavera al Santísimo. Así como desde un domicilio de la Gran Via, esquina con calle de la cárcel le ofrecía una conocida familia granadina. Pero no en la consideración que ahora se tiene de petalá.
Pues con todo esto, nosotros preparamos nuestra petalá, que a la sazón era la primera que como hoy se conoce se le iba a ofrecer a una imagen de Semana Santa en Granada. Fue al final de la calle Marqués de Gerona, justo antes de entrar a la Catedral, desde el balcón de los vecinos de arriba de nuestro hermano Emilio Hurtado. Recuerdos de grandes petalás tenemos todos en nuestra memoria. Una en la calle Navas, que alfombró toda la calle de pétalos. La ofrecida por la Hermandad del Rosario el día de la Coronación. Aquella, más que estudiada, que empezó al final de una Saeta de Antonio González en el Campo del Príncipe. Otra desde la casa de Castellón. Y seguramente cada uno recuerde muchas más.
Aquella práctica se convirtió pronto en un habito para muchas Hermandades, que veían en la lluvia de pétalos una hermosa ofrenda de flor a la Virgen con una vistosidad más que apreciable.
Pero de tanto repetirlas, ya cansa tanta petalá. Ya ha perdido lo de espontáneo que tenía el gesto y rara es la imagen que sale y no recibe la petalá de rigor. Apagando la cera de todo el paso y en alguno de los casos sin solución, puesto que los pétalos se funden con la cerra derretida y no hay manera de quitarlos del cirio para que este pueda volver a encender. Además algunos echan los pétalos chorreando y te manchan hasta la ropa interior. Y bueno, el traje va al tinte, pero y las manchas en los techos de palio y mantos que dejan el rastro del pétalo mojado. Si a ello le sumas que algunos escogen para echar las petalás los sitios más inoportunos, sin avisar y queriendo que le metan el paso debajo del balcón, pues....
Yo abogo porque desaparezca esta práctica de forma habitual, y vuelva a serlo de forma extraordinaria y espontánea. Inesperada y con gracia. Que caigan pétalos de flores frescas. Pétalos que tengan caida graciosa y no algunos que caén como higos de la higuera, por su peso.
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