UN RECUERDO A LAS CATALINAS

Altar Mayor de la Iglesia del Convento de Santa Catalina de Siena en Noviembre de 1987.

Allá por 1970, después del infortunado incendio que destruyó San Cecilio, nuestros Titulares, una vez restaurados, encontraron posada en la pequeña y coqueta Iglesia del Convento Dominico de Santa Catalina de Siena. Durante veinte años, sirvió no sólo de cobijo material, sino de cobijo espiritual. Era una enorme satisfacción comprobar el cariño con que las Catalinas (como las llamábamos cariñosamente) acogían no sólo a Ellos sino a todos los que hemos pertenecido en algún momento de esos 20 años al seno de la familia greñúa.

Mañanas de domingos, en alguna ocasión incluso la tarde de los sábados, flores a escote. Subíamos los escalones de la Cuesta de Santa Catalina para compartir unos momentos de oración con el Cristo o con la Virgen. Nos acercábamos con la cortedad de la juventud hasta el torno para pedir la llave, quedábamos como sorprendidos al comprobar como una voz desde el otro lado del torno nos decía:” Ave María Purísima...” y en una arrebato pusilánime no acertábamos la mayoría de las veces a contestar “Sin Pecado Concebida”, sino que directamente pedíamos la llave para entrar a la Iglesia para ver a las Imágenes. Traspasar aquella puerta de la Sacristía, era poco más que adentrarse en otra dimensión, nos presentaba majestuoso a Nuestro Cristo sujetado por dos alcayatas en el centro del altar mayor y a la Virgen a los pies de la escalinata del presbiterio en una sencilla peana de madera. Fuimos muchos los que asistimos por primera vez a una misa de hermandad en la iglesia del convento, los que dimos nuestros primeros pasos cofrades entre sus muros, colaborando en el montaje de altares. Pero ya han pasado muchos años desde que se volvieron a trasladar las imágenes a la Iglesia de San Cecilio. En casi veinte años se ha incorporado una nueva generación que no ha tenido la suerte de conocer a “Las Catalinas”. Que no han acarreado sus pesadas máquinas de coser de un aposento a otro dependiendo de la estación del año, que no han frecuentado la belleza y la limpieza del interior de su convento, para ir a recoger el manto de la Virgen, que no han disfrutado del intimismo de su claustro, donde descansan las cenizas del antiguo candelero de Nuestra Madre, o donde se decidió que impartiera la señal del cristiano para siempre, la primera cruz arbórea del Cristo. Ni aquellas igualás en su patio a las cuatro y media de la tarde, donde teníamos la posibilidad de rezar al Santísimo que tenían puesto en el interior. Aunque algún año se rezó poco. Seguramente que a muchos se os vendrán muchos más recuerdos.

Pero en fin este es un capítulo muy importante de esta historia, que no puede pasar desapercibido ahora que estamos haciendo memoria.